El otro día hice mi segundo intento de ver "El Club de la Lucha", bueno, en realidad era el tercero que intentaba conocer toda la historia, de un tirón y sin interrupciones. El Club de la Lucha, que espero que no me inspire nada para cambiar mis métodos de lucha que, hasta ahora, son del todo pacíficos, legales y, además, lícitos, que eso no es tan fácil.
La cuestión es que empecé el libro en abril, pero aún andaba toda tierna y nostálgica por esas cosas que tenemos las románticas congénitas que nos hace débiles después de una ruptura aunque hayan pasado demasiados meses, cuando esta se hizo a contracor, como decimos por aquí. No es que la historia pueda evocar nada parecido a una historia de amor, pero estaba tan debilucha que tuve de dejar el libro descansando en la estantería.
El primer intento de verla en serio eran las 5 de la mañana, hace un mes. Había bebido bastante y un amigo vino a buscarme a la taberna donde estave guerreando hasta tarde y me invitó a dormir en su casa, que estaba cerquita. Y entonces me dejó escoger entre el montón de buenas películas que tiene en el comedor, qué pasada! El Club de la Lucha, venga, ésta!
Pero el alcohol y el sueño estaban haciendo estragos en mi cuerpo y mi mente dijo basta. El sofá, tierno y aterciopelado, me acogió en sus entrañas y lo que creí soñar no era para nada tan violento como la historia que narra la película, por lo que no atendí para nada los intentos del proyector y de mi amigo por mantenerme despierta.
Pero mi segundo intento ha sido el mejor, este sábado, después de una larga mañana en casa, sufriendo los reveses de mis cervicales y los intentos de hijo y amigas por sacarme a la calle. Después de carreras por la calle, con un patinete y un par de churumbeles, tras haberme repuesto a base de gramos de Paracetamol. Después de algunas cervecillas con un par de amigos y mi atención centrada en la crisis de pareja de uno de ellos, que no pintaba nada bien. Y después de las pizzas, de acostar al exhacerbado de mi hijo -que había estado viendolas mejores jugadas del partido de turno- y después también de enseñar la redecoración de mi casa, tras montar mi nuevo armario, mover de habitación el que antes tenía en la mía -madre mía! qué movidón desplazar aquello, con más de dos metros de largo, por el giro del pasillo- entonces decidimos poner la película.
Un par de veces hablé con un viejo amigo al que no veía hacía más de un año, el mismo que despertó mi interés por esa peli, el mismo con quien pasamos la tarde mi amiga, los niños y yo. Le pedí que la trajese, la veríamos juntos.
Y por fin, a las 3 de la mañana, conectábamos el DVD para ver el Club de la Lucha.
Tú te crees qué horas?
La cosa no era nada fácil a esas horas después de aquel día, pero ayudaba bastante la presencia subliminal primero, y despampanante después, de ese Brad Pitt que eleva al cuadrado cualquier película en la que aparece. El coprotagonista, su larga y sarcástica historia de insomnio y el método que finalmente resultó eficaz para combatir el trastorno, fueron decisivos para que nos mantuviésemos inmóbiles durante casi una hora frente a la pantalla. Los diferentes grupos y sus extrañas costumbres y maneras de expresar lo que sienten fueron desternillantes. El personaje femenino, Marla, y sus agallas junto a la rabia que despertaba en el coprotagonista tener tantas similitudes con ella, le dieron vida a la historia y también al momento.
Pero todo esto no era suficiente. Aquello no era fácil. Era muy tarde...
Sólo he hablado del largo y duro día que me complicaba poder mantenerme atenta, sentada como una señorita, y despierta. Pero no he mencionado nada sobre él, mi amigo, y su presencia allí era muy importante. Las que le habeis visto sabeis de lo que estoy hablando, y por qué me era doblemente difícil acabar de ver la película teniendole sentado allí, a mi lado.
Tan respetuoso, cachondo y lleno de energía -el que permitió que pasasemos un buen rato sentada en una terraza haciendo que los niños se olvidasen de nosotras- inteligente y de opinión independiente, mucho más joven que yo, amable -él recogió la mesa antes que nadie y no dejaba de ofrecerme que me pusiese cómoda en el sofá para relajar las cervicales- moreno, con unos ojos negros que te dicen todo lo que esperas oir, condenadamente atractivo...
jodeeeeer!!! es que no iba a ser capaz de ver esa maldita película en la vida!!!???
Pues no! Otra vez fracasé en el intento, pero al día siguiente me sentía tan jodidamente bien que he decidido volver a intentar ver el Club de la Lucha, porque es genial y porque cada vez que la pongo el intento es tremendamente mejor que el anterior y el final condenadamente más tierno.
Desde el sábado, adoro intentar ver esa película. Ala, Carpe Diem!
P.D1. Oh! esta semana debería guardar algunos abrazos, un montón besos y mucha ternura. No sé cuanto tiempo volveré a passar sin volver bajo mínimos.
P.D2. Again: Eso,
Carpe Diem!